‘Sólo el que desconozca nuestro país [Cuba], o éste [EEUU], o las leyes de formación y agrupación de los pueblos, puede pensar honradamente en solución semejante [la anexión de la primera al segundo] o el que ame a los Estados Unidos más que a Cuba.

Pero quien ha vivido en ellos [en esos dos países], ensalzando sus glorias legítimas, estudiando sus caracteres típicos, entrando en las raíces de sus problemas, viendo cómo subordinan a la hacienda la política, confirmando con el estudio de sus antecedentes y estado natural sus tendencias reales, involuntarias o confesas; quien ve que jamás, salvo en lo recóndito de algunas almas, fue Cuba para los Estados Unidos más que posesión apetecible, sin más inconveniente que sus pobladores, que tienen por gente levantisca, floja y desdeñable […], ese no piensa con complacencia, sino con duelo mortal, en que la anexión pudiera llegar a realizarse’